AUTORRETRATO
Nací la víspera de San Martín,
Prosélito de Ignacio y de Agustín.
A veces, acodado en el esplín,
Aún tengo el corazón en ejercicio,
ÍNTIMO Y PERSONAL (Parca biografía en serventesios)
Tengo un millón de sueños y una esquina, un alma que ha pecado y nunca reza, y una hoyanca en la tierra por si afina la muerte con el tiro en la cabeza.
Tengo un cielo que nunca será mío, las dos manos heridas de mujeres. He temblado de amor, nunca de hastío. Si vas de retirada, no me esperes.
Tengo un secreto a voces y un relato que jamás he contado en parte alguna; mas cumplo sin dudar cada mandato impúdico y absurdo de la Luna.
Tengo el mirar miope, azul verdoso, y la sonrisa a un palmo de la boca, el mal dormir difícil y tramposo del que sueña velando y se equivoca.
Tengo en el dique seco el corazón, pues va perdiendo versos por las grietas; mas ese calafate: la ilusión, lo pule de la quilla a las crucetas.
Tengo la noche entera por delante y un pasado detrás que no olvidé. Nunca supe decirles “ya es bastante” a aquellas que hasta en sueños adoré.
Tengo una aurora en ciernes y un espejo empeñado en miradas de reproche; si un querer me hace daño, no me quejo, mas lo plasmo en un verso a medianoche.
Tengo la alforja escasa donde caben mis pocas pertenencias sin aprietos, pues qué voy a decirles si ya saben qué poco espacio ocupan los sonetos.
Tengo un grito callado que resuena y un silencio sonoro entre dos besos. Tengo mil cosas malas y una buena, un amor que ha calado hasta los huesos.
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Soy
Soy de dientes adentro tan inmundo tal cualquier otro ser de carne y hueso; soy la mezcla letal de sexo y seso, de raíz con pulsión de vagabundo.
Entre cielos y ciénagas, fecundo, me esparzo en sangres tibias, y por eso la herida de mi boca, con un beso, entinta hasta tu abismo más profundo.
Soy tan sordo que a veces ni me escucho, me enroco en la humildad de tan soberbio y no hay límite en ti que no propase.
Soy mentira y verdad: "Te quiero mucho". Mentirosa escasez en el adverbio... y tan verdad el resto de la frase.
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PRESENTACIÓN
Yo quiero presentaros a este hombre que se ha metido entre mis dos temores, que se hizo un hueco en este pecho frío y no sabe de amores.
Yo quiero que sepáis de su abandono, su escaso porvenir, sus desengaños y el tajo de su vientre y el vacío que avanza con los años.
Él teme que creáis que se parece al hombre que recojo en el espejo, huyendo del ardor de un desafío pues tiene ojos de viejo.
Este hombre trae manos amputadas en la cuchilla de un amor suicida y le tiembla con cruel escalofrío la llama de su vida.
Este que veis aquí, que soy yo mismo no puede ya rezar pues ha olvidado que no fue siempre un corazón baldío, que pudo haber amado.
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Yo era
Yo era aquel muchachito que reía, que huérfano de padre y de padrinos no solía arrojar en los caminos miguitas por volver donde partía.
Yo era aquel que proclive a la herejía se pasó de jesuitas a agustinos y casi cayó en brazos jacobinos por quitarse el olor a sacristía.
¡Cuántas veces en las bifurcaciones de mi vida frenética y farsanta he cogido la mano equivocada!
Pero nunca dejé que mis canciones se pudrieran sin voz en mi garganta, por mucho que me hiriese su estocada.
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Manolo y yo
Te acuerdas, Manolo, cuántos sueños rompían el precinto de la vida. Qué lejana ninguna despedida, qué cercanos los cielos madrileños.
Los dioses parecían tan pequeños, tan dulce y tan normal la recaída. Ninguna decepción, ninguna herida dejaba cicatriz en los ensueños.
Con qué facilidad desaprensiva sacábamos tú y yo de la chistera amores imposibles y fugaces.
Tú siempre con tu labia subversiva, yo siempre compartiendo la trinchera: los dos enamorados contumaces.
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Manolo Berriatúa |